En relación con el trabajo publicado recientemente por Cardona-Hernández et al1 en su prestigiosa revista, me gustaría hacer los siguientes comentarios.
Los autores presentan dos casos de lipodistrofia congénita generalizada que identifican con el síndrome de Berardinelli-Seip. De la lectura de este estudio y la observación de las fotografías de los pacientes debo decir que no concuerdo con la consideración de síndrome de Berardinelli-Seip que hacen los autores, especialmente en lo que se refiere al segundo caso. Según mi opinión y la de otros2,3, esta denominación debe reservarse a pacientes con lipodistrofia congénita generalizada debida a mutaciones en los genes BSCL2, AGPAT2, CAV1 o PTRF, tal como está indicado en OMIM. Estos trastornos comparten características clínicas (aspecto hercúleo y rasgos acromegaloides) que los diferencian de otros cuadros congénitos de lipodistrofia generalizada, así como mecanismos patogenéticos responsables de la ausencia de tejido adiposo (básicamente, una alteración en la formación de liposomas4) diferentes de los descritos en las lipodistrofias familiares debidas a mutaciones en LMNA (alteración de los factores de transcripción que regulan la adipogénesis5). En el caso del primer paciente se echa en falta una descripción de la facies, y además, según se puede observar en la iconografía, no presenta hipertrofia muscular. Además, entiendo que se debió completar el estudio genético secuenciando los genes CAV1 y PTRF.
En el caso de la segunda paciente, en la que se identificó una mutación en LMNA, por otra parte ya descrita como indican los autores, hubiera sido deseable una descripción clínica más exhaustiva. De los cuatro casos ya descritos en la literatura con esta mutación6–8, tres de ellos presentaron anomalías cardíacas. Creo que hubiera sido importante realizar un ecocardiograma en esta paciente. Hay que tener en cuenta que la asociación de mutaciones en LMNA, lipodistrofia y enfermedad valvular está bien documentada en la literatura9,10. La fotografía de esta segunda paciente no evidencia la presencia de hipertrofia muscular y, además, sugiere retrognatia (un rasgo de cuadros progeroides como la displasia mandíbulo-acral). Una descripción clínica más completa habría podido perfilar mejor el cuadro clínico.
Los pacientes, por tanto, portadores de este tipo de mutación en LMNA7 no presentan un síndrome de Berardinelli-Seip, sino un síndrome progeroide atípico, aunque es cierto que en la primera descripción Csoka et al6 lo denominan síndrome de Seip.
He observado que la mutación encontrada en el gen LMNA está erróneamente descrita. Se trata de c.29 C>T, Thr 10 Iso6–8, no, como se indica en el artículo, I10T. Tampoco se trata de una mutación sin sentido (como se señala en el trabajo), sino una mutación de sentido erróneo (missense), que, por supuesto, no da lugar a una proteína truncada sino a una sustitución del aminoácido treonina por el aminoácido isoleucina. No entiendo la razón de la afirmación de los autores de que esta mutación «afecta a los dominios N-terminal y C-terminal de las lamininas A y C». Una mutación en el exón 1 afectará al extremo amino terminal de la proteína. El dominio carboxi-terminal de la lamina A se sitúa en el exón 12 y en la lamina C en el exón 10 (debido al splicing alternativo que sufre esta proteína).
Las mutaciones en LMNA pueden dar lugar a distintas formas de lipodistrofias, unas parciales (enfermedad de Dunnigan, displasia mandíbulo-acral) y otras generalizadas (cuadros progeroides, progeria de Hutchinson-Gilford, aunque en este síndrome se conserva la grasa visceral y los ya referidos en las referencias 7, 8 y 10), pero son clínica y patogenéticamente distintas del síndrome de Berardinelli-Seip. Otras mutaciones en el dominio «rod» de la lamina A/C también producen lipodistrofia generalizada con afectación sistémica10. Por tanto, se debe reservar el epónimo Berardinelli-Seip a las lipodistrofias generalizadas debidas a mutaciones en los genes indicados, o, de no encontrar mutación en estos genes, a aquellos pacientes que presenten ausencia generalizada de grasa corporal e hipermuscularidad extrema desde el nacimiento2, como criterios diagnósticos esenciales.