El interés por la vitamina D ha resurgido actualmente por un doble motivo: la reaparición de la enfermedad clásica provocada por su deficiencia (raquitismo en el caso de la infancia) y la presencia cada vez más sólida de evidencias sobre su función en el mantenimiento de la inmunidad innata y su papel en la prevención de ciertas enfermedades como diabetes, cáncer y enfermedades cardiovasculares1. Existe una tendencia mundial a la caída de los niveles de vitamina D en los últimos 10-20 años que afecta a todos los grupos de edad, a todas las razas y a ambos sexos. En los últimos años el estado de vitamina D ha sido relacionado con aspectos metabólicos e inmunológicos2 como el mantenimiento de la inmunidad natural, la prevención de infecciones y enfermedades autoinmunes (esclerosis múltiple, enfermedad inflamatoria intestinal, artritis idiopática y diabetes mellitus tipo 1), de algunos tipos de cáncer (especialmente de tejidos epiteliales como colón, mama y próstata), enfermedades cardiovasculares (hipertensión arterial, resistencia a la insulina, disfunción de la célula beta, diabetes tipo 2 y síndrome metabólico), deterioro cognitivo, depresión, complicaciones durante la gestación y en general con mayor mortalidad de cualquier tipo. Asimismo publicaciones recientes en el campo pediátrico lo relacionan con la gravedad de las crisis asmáticas y bronquiolitis, neumonía, otitis o gravedad de enfermedades en general3,4.
Recientemente el Instituto de Medicina de Estados Unidos, basándose en el papel clave de la vitamina D y del calcio en la salud ósea consistente con una relación causa-efecto, determinó los requerimientos diarios de los mismos que, en lo que se refiere a la población lactante objeto de nuestro estudio, se situaba en 700 a 1.300mg de calcio al día y 400/600 UI de vitamina D. Asimismo, la Sociedad Endocrina ha emitido guías clínicas para identificar poblaciones en riesgo de deficiencia y suplementar mediante aporte dietético5. En España, en sintonía con las recomendaciones de la mayor parte de organizaciones internacionales6, se recomienda que los lactantes menores de 1 año, tanto lactados al pecho como que reciban fórmula (difícil que se ingiera la suficiente leche enriquecida con vitamina D por debajo del año para conseguir la dosis suficiente de vitamina D por debajo del año), deben recibir un suplemento de 400UI/día de vitamina D, iniciando su administración en los primeros días de vida7.
En el año 2012 realizamos una encuesta telefónica sobre el cumplimiento de las indicaciones sobre lactancia materna, ingesta de iodo y administracción de vitamina D de madres y lactantes de nuestro medio. Se obtuvieron datos de lactantes a los 6 meses de edad de una muestra de 90 niños nacidos a término sanos fruto de gestaciones y partos sin incidencias en el hospital Son Espases de Palma de Mallorca en el primer semestre del año, cuyo teléfono estaba disponible en la historia electrónica; solo 2 madres no quisieron participar. En cuanto a los datos referentes a la administración de vitamina D señalamos que solo un 54% inició el suplemento (en nuestro hospital se hace indicación formal de palabra y escrita de la misma) y a los 6 meses solo un 14% la mantenía; la interrupción de la misma se repartía al 50% motivada por la propia familia y por el pediatra cuando se le consultaba si era necesario seguir con la misma. Independientemente de la fiabilidad de las respuestas dadas en una encuesta telefónica, que en cualquier caso sobrestimarían el cumplimiento, ¿por qué los pediatras no reforzamos el cumplimiento de las recomendaciones que nuestros propios expertos nos dan sobre la profilaxis con vitamina D en el primer año de vida?