Se presenta el caso de un niño de 12 años remitido desde cirugía cardiovascular para valoración psiquiátrica.
Entre sus antecedentes destaca un desarrollo psicomotor con retraso simple del lenguaje. Enuresis nocturna primaria a los 9 años. Terrores nocturnos. Retraso escolar. Infecciones urinarias recurrentes hasta los 2 años. Crisis asmáticas de repetición con tratamiento hospitalario ocasional, a veces desencadenadas por estrés. Taquicardia paroxística supraventricular (TPSV) desde los 2 meses causada por vía de conducción anómala que requirió tres cateterismos para ablación; el último, resolutivo, se realizó a los 10 años. Múltiples ingresos hospitalarios por esta enfermedad.
Como antecedentes familiares: padre, abuelo y tío alcohólicos. Prima materna enurética. Madre diagnosticada de síndrome de Briquet en tratamiento en la unidad del dolor. Mala relación conyugal de los progenitores.
El paciente acude de nuevo a nuestra consulta por persistencia de la sintomatología cardíaca, a pesar de haber desaparecido la afección orgánica. El electrocardiograma (ECG) y la exploración cardiológica resultaron normales. Se realiza un cuarto cateterismo para confirmar la normalidad. El niño presenta opresión precordial, taquicardia y cortejo vegetativo idénticos a los que aparecían en sus crisis anteriores. Reaparece la enuresis nocturna y comienzan unas molestias somáticas inespecíficas (cefaleas, artralgias, abdominalgias). Es valorado por digestólogos y no se encuentra patología orgánica.
El inicio de la clínica coincide con una recaída del padre en el consumo de alcohol, en que solicita al hijo que le ayude a dejar de beber. Las relaciones de los padres, ya de por sí tensas, empeoran, con lo que aumentan las consultas de la madre a urgencias por múltiples algias. El niño tiene que dejar de jugar por las tardes y acudir al bar que regenta su padre para evitar que reanude el consumo alcohólico.
En la exploración psíquica impresiona de psiquismo borderline. Colaborador, con buen contacto. Cierta inhibición, excepto en lo referido a su situación familiar. Al abordar ese tema, se muestra tenso y angustiado. Se siente desbordado por la enfermedad del padre y su responsabilidad en su cuidado. Se muestra preocupado por sus síntomas físicos, los reconoce, pero no los relaciona con ninguna problemática. Carácter tímido, responsable y cariñoso con marcada ansiedad.
Las distintas pruebas psicológicas realizadas indican una capacidad cognitiva global límite.
Se establece como juicio clínico trastorno somatomorfo. Disfunción vegetativa somatomorfa.
Se inicia tratamiento psicoterápico de orientación integradora y con bases en la teoría familiar sistémica que propugna que cada individuo es una identidad que interactúa dentro de un sistema de relaciones donde hay una influencia recíproca1. Posteriormente, se deriva a los padres a terapia individual.
En el niño se actúa sobre la ansiedad y la excesiva responsabilidad a la que estaba sometido con su padre. El síntoma actuaba como factor estabilizador de la dinámica familiar, ya que cada progenitor dejaba de lado su propia patología para cuidar al hijo enfermo.
Se realiza psicoterapia individual a la madre para conseguir mejor expresión de lo vehiculizado a través del cuerpo. Realizamos intervención con el padre a quien se recomienda iniciar tratamiento psiquiátrico, si bien se negó a acudir a revisiones, dejó de formular de forma tan inadecuada las demandas de ayuda a su hijo. La evolución del niño es favorable, mejora progresivamente la sintomatología de tipo ansioso-fóbico, desaparecen los síntomas de tipo cardíaco y cesan las consultas en urgencias. La enuresis se trata durante un breve periodo con desmopresina y se resuelve satisfactoriamente.
Persisten molestias somáticas puntuales en relación con situaciones de estrés que el niño sabe interpretar adecuadamente.
En nuestro paciente el síntoma podía ser de origen orgánico (vía anómala, descartado tras valoración cardiológica) o funcional. Los factores funcionales que precipitan o mantienen el síntoma son los rasgos ansiosos del niño, el CI límite que comporta disminución de las estrategias de afrontamiento al estrés y la tendencia al enfermar de tipo psicosomático (antecedentes de enuresis, asma, cefaleas y abdominalgias). Los factores familiares que ayudan a la perpetuación del síntoma son la enfermedad ansiosa de ambos progenitores (padre alcohólico y madre con síndrome de Briquet), la mala relación entre ambos y la demanda paterna de que el hijo ocupe el rol de cuidador. El síntoma constituiría, por un lado, una imitación del modelo parental de enfermar y, por otro, un factor estabilizador de la dinámica familiar, al conseguir que se le cuide y que ambos progenitores dejen de lado su propia patología.
Hablar de psicosomática en el niño, nos sitúa entre dos escollos. Por un lado, el de ampliar excesivamente el término psicosomático y englobar en él los trastornos más diversos desde el momento en que, en el seno de una enfermedad, surge un factor psicológico, causal o reactivo. El otro peligro estriba en efectuar generalizaciones prematuras partiendo de los estudios psicosomáticos del adulto, y olvidar el carácter específico de las manifestaciones somáticas en el niño, especialmente su constante vinculación con los procesos de maduración y desarrollo2.
Este trabajo ha sido presentado previamente en formato póster en la XXX reunión de la Sociedad Española de Pediatría del Sureste (Águilas), junio de 2008.