Tras la lectura del artículo original de N. Rius et al.1, hemos creído necesario hacerles llegar algunas consideraciones en relación con la conclusión principal expuesta en el resumen del trabajo, en concreto, en lo que se refiere al porcentaje de fallos de la vacuna conjugada del meningococo del serogrupo C (MenC).
La conclusión mencionada viene del simple cálculo de que, del total de ingresos por enfermedad meningocócica invasora (EMI) reportado por los autores en el periodo de estudio (128), 10 fueron causados por MenC y de estos, 3 habían recibido la vacunación aparentemente correspondiente a su edad en el momento en que se produjeron, lo cual entienden los autores como un 30% de fallos vacunales. Consideramos que esta interpretación es errónea por varios motivos.
El hecho de que un tercio de los ingresos por EMI por MenC correspondiera a pacientes bien vacunados no debe interpretarse como que ha habido un 30% de fallos vacunales, ya que el porcentaje de fallos habría que calcularlo en relación al conjunto de niños correctamente vacunados de esa población durante los 18 años del periodo de estudio2. Esto daría como resultado una tasa ínfima de fallos vacunales.
Desde un punto de vista metodológico, se trata de un estudio descriptivo sobre un grupo de pacientes con EMI diagnosticados en un centro hospitalario concreto. Este diseño limita toda posibilidad de vincular los resultados con la efectividad de la vacuna, pues esta solo podría evaluarse a través de estudios de cohortes, comparando la incidencia de la infección en vacunados y no vacunados.
Otra opción metodológica que podría plantearse es la realización de un estudio de casos y controles, siendo los casos los pacientes infectados de EMI y los controles el resto, compartiendo ambos grupos el antecedente de haber sido correctamente vacunados con el preparado conjugado de MenC3. Sin embargo, en este trabajo se parte de una serie de casos en los cuales se explora su estado vacunal, omitiendo el amplio grupo control (población vacunada de referencia para dicho centro hospitalario en un periodo de 18 años y que no ha sufrido EMI), dato imprescindible para obtener las conclusiones precisas en relación a la efectividad de la vacuna referenciada.
La interpretación incorrecta de los datos del estudio lleva a la conclusión errónea de que existe un alto porcentaje de fallos vacunales, cuando lo mostrado en la mayoría de los estudios es que la tasa anual de fallos con esta vacuna es extremadamente baja. En entornos de alta cobertura vacunal como el nuestro, y en especial cuando hablamos de enfermedades inmunoprevenibles con muy baja incidencia, cabría esperar que la mayoría de los casos que aparezcan estén vacunados (lo cual es trasladable a cualquier vacuna), pero este dato debe contrastarse con el número, inmensamente mayor, de individuos que recibieron la vacuna y no sufrieron la enfermedad. Como ya se ha comentado, puestos a cuantificar el porcentaje de fallos vacunales, habría que comparar el número de casos de EMI que habían recibido una pauta correcta con el total de vacunados que no sufrieron la enfermedad, en lugar de calcular una simple proporción desde una muestra de enfermos de EMI4.
En realidad, el trabajo de N. Rius et al.1, lo que demuestra es que el porcentaje de fallos vacunales de la vacuna contra MenC es extremadamente bajo, teniendo en cuenta que estos tres casos han ocurrido en las 18 cohortes incluidas en el estudio (decenas de miles de niños) que recibieron la vacuna.
En definitiva, entendemos que la redacción de la conclusión del trabajo comentado ha sido desafortunada y puede conducir a una pérdida de la confianza en las vacunas, por lo que sería deseable una rectificación de la misma.