Las conclusiones suscritas por Carrascosa et al.1 en el artículo «Talla baja idiopática. Revisión y puesta al día» podrían estar insuficientemente justificadas por las referencias aportadas y por la bibliografía.
Se valora la talla baja idiopática como entidad clínica cuando, aun reconociendo su carácter heterogéneo, podría más bien valorarse como una característica biológica. Al etiquetarla como entidad clínica se abre el camino a una búsqueda diagnóstica y terapéutica.
Los autores comentan los problemas de los tests de estimulación de hormona de crecimiento. Dado que en este caso estamos hablando de un diagnóstico que se debe descartar, el de déficit de hormona de crecimiento, cabría la posibilidad de que el cribado con la auxología, IGF-1 y RM fuera suficiente2, al menos en los casos con menos desviación de la talla.
Los autores concluyen que «…la utilización de GH en el tratamiento de la TBI sería segura y eficaz, aunque existe una amplia variabilidad en la respuesta individual». En este sentido, se debe destacar la escasez de estudios de calidad, aleatorizados, controlados, y con talla final3–5 que hayan investigado el efecto de la hormona de crecimiento en niños con talla baja idiopática; en ellos, la ganancia final de talla sobre controles es de 3,4 a 4,2cm. ¿Es esta ganancia de estatura suficiente para justificar un tratamiento caro, agresivo, y del que desconocemos si puede tener efectos adversos a largo plazo, en niños con talla baja? Si bien los autores lo sugieren, hay un cuerpo de literatura crítico con esta indicación, no sólo de investigadores6–9, sino también de pacientes10.
Ante el enorme potencial de gasto que supondría una hipotética aprobación de esta indicación se propone que la utilización equitativa de recursos limitados en la sanidad pública debiera hacernos ser muy cautos en propuestas expansivas de tratamientos hormonales no sustitutivos11,12.