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Vol. 77. Núm. 1.
Páginas 60-61 (julio 2012)
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El ocaso del artículo
The decline of the article
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V.M. García Nieto
Unidad de Nefrología Pediátrica, Hospital Universitario Nuestra Señora de Candelaria, Santa Cruz de Tenerife, España
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Sr. Editor:

Las normativas son recursos que se han elaborado para conseguir una relación social adecuada y una comunicación eficiente, respetuosa e inteligible. En el caso del lenguaje, la omisión de esas normas que son dictadas por la Real Academia de la Lengua puede interpretarse como consecuencia de una falta de ciertos conocimientos gramaticales o, simplemente, por la utilización inconsciente de unas normas incorrectas pero de uso más o menos habitual. No olvidemos, por ejemplo, el empleo de la partícula «arroba» que se ha utilizado en los últimos tiempos para designar «de una tacada» a los componentes de los dos sexos (niñ@; estimad@s miembr@s de tal o cual sociedad). Esta partícula, ausente en nuestro alfabeto, se usa, actualmente, en determinados ambientes con total naturalidad, incluso, en algunos textos oficiales provenientes de algunos de los gobiernos autonómicos1. No obstante, no es lógico ni correcto que al usar el instrumento de la escritura se modifique, a antojo de sus usuarios, las normas de comunicación establecidas.

En la lengua española, el artículo se usa como una palabra accesoria que se antepone a los nombres para individualizarlos y para indicar su género y número. El artículo determinado nos informa de que el sustantivo del que se habla es conocido. Cuando se usa el indeterminado ese sustantivo es desconocido. Si el artículo se omite indica un aspecto aún más indeterminado. Al tratarse de una partícula accesoria, es cierto que puede entenderse el sentido de la frase cuando se suprime sola o junto a alguna preposición. No olvidemos, por ejemplo, los textos de los clásicos telegramas de antaño o la forma frecuente de expresarse algunos camareros de mesones o bares de nuestro país al dirigirse a algún miembro o «miembra» de la cocina: «¡marchando gambas plancha!», etc.

Recientemente, hemos recibido el número de agosto de este año de Anales de Pediatría. Con el máximo respeto que debemos a los autores de los trabajos y al Comité Editorial, al revisar el Índice se advierte la ausencia de artículos en varios de los títulos de los textos publicados. Así, puede leerse el siguiente título correspondiente a uno de ellos: «... tratamiento de hemorragia tras realización de biopsia renal». ¿No sería mejor escribir «… tratamiento de una hemorragia (o de un episodio de hemorragia) tras la realización de una biopsia renal»? Asimismo, puede leerse: «Clínica de displasia fibrosa craneofacial» o «Perforación gástrica en paciente…» o «…incidencia de test de embarazo».

¿Cuál es la razón de esta omisión? Seguramente, en la profesión médica es una costumbre que se ha instaurado poco a poco en los últimos tiempos al estar obligados a redactar, por ejemplo, los títulos de los resúmenes destinados a presentarse en congresos, únicamente, en las dos primeras líneas del recuadro donde deberá escribirse, a continuación, el resto del resumen. Al revisar los textos completos incluidos en ese número de Anales hemos observado, asimismo, la ausencia de algunos artículos, sobre todo, en las Cartas al Director. Es posible que las Cartas sean escritas por los médicos más jóvenes y los Originales por los de más edad y experiencia. ¿Quién sabe si es una consecuencia de la costumbre de nuestros jóvenes de utilizar las letras estrictamente necesarias, las mínimas, para que los mensajes enviados desde sus teléfonos móviles sean inteligibles por sus receptores? No olvidemos, tampoco, que en las presentaciones escritas en PowerPoint tan habituales en nuestros hospitales y congresos, los textos suelen escribirse en plan «telegrama» donde los artículos brillan por su ausencia.

Bien, por esas y otras razones como el uso de extranjerismos (anglicismos, especialmente) o de las consabidas y desagradables siglas, estamos asistiendo a un deterioro progresivo de un factor preeminente de nuestra vida, la palabra. Defenderla es defendernos de la villanía de la depredación del lenguaje. Como ha escrito Gil Extremera, «el uso adecuado de la lengua no es solo cuestión de estética y adorno sino que afecta a las raíces mismas de la sociedad»2.

Siempre he pensado que a los médicos se nos exige o ha exigido demasiado. Además de nuestros propios conocimientos profesionales, debemos saber acerca de informática, estadística, fotografía e idiomas, entre otros menesteres. Tampoco se nos debe exigir ser expertos lingüistas pero deberíamos, al menos, intentar retrasar el ocaso del artículo.

Bibliografía
[1]
V. García Nieto.
Acerca de dentistos, dentistas, niños y niñas.
Acta Médica (Tenerife), 124 (2005), pp. 8
[2]
B. Gil Extremera.
El lenguaje en la medicina.
Actual Med, 96 (2011), pp. 50-54
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