Nos dirigimos a usted en respuesta al artículo publicado en ANALES DE PEDIATRÍA titulado «Desarrollo motor, cognitivo y conductual tras encefalopatía hipóxico-isquémica neonatal»1. A nuestro juicio, el trabajo realizado por Montesclaros Hortigüela y miembros del Grupo ARAHIP (Programa para la Atención integral al Recién nacido con Agresión Hipóxico-Isquémica Perinatal) en relación con el seguimiento de los niños con encefalopatía hipóxico-isquémica subraya la urgente necesidad de la implementación en España de las Guías Internacionales para la Detección e Intervención Temprana en Parálisis Cerebral (PC)2.
La encefalopatía hipóxico-isquémica o la prematuridad, como factores de riesgo identificables desde el nacimiento, actúan como «banderas rojas» que obligan al seguimiento y derivación. Un ejemplo es el protocolo de la Sociedad Española de Neonatología para los recién nacidos <32semanas de gestación o 1.500gramos, que incorpora recomendaciones como el uso de la Prechtl General Movements Assessment (GMA) y la Hammersmith Infant Neurological Examination (HINE).
En este sentido, «quién» es susceptible de recibir una atención basada en las guías plantea un primer análisis crítico. Si bien el seguimiento de los recién nacidos de riesgo ha de ser aún consolidado —incluyendo, entre otros, a los prematuros moderados y tardíos—, no puede ser suficiente. Para el 40% de los niños con PC no se identifican eventos de riesgo durante el embarazo o el parto2, lo que incrementa la probabilidad de «esperar y ver», un escenario frecuentemente asociado a retrasos en el seguimiento, derivación y diagnóstico. Esto pone de relieve la necesidad de aplicar estrategias específicas y basadas en la evidencia para los nacidos a término con aparente «bajo riesgo» —que no precisa su ingreso en la unidad de cuidados intensivos neonatales—, puliendo las tradicionales «piedras sagradas» del seguimiento neurológico pediátrico: alteraciones en el tono y espasticidad, reflejos y reacciones, y retraso motor.
Identificar factores de riesgo en el seguimiento rutinario del embarazo (p.ej., preeclampsia, corioamnionitis, tabaco y uso de drogas), historia de parto (p.ej., Apgar 5min <6) y factores individuales del niño (p.ej., sexo masculino, peso al nacimiento) podría mejorar sustancialmente el cribado rutinario para PC en pediatría3. De igual forma, la familia juega un papel relevante en la identificación de conductas o síntomas atípicos que pueden poner de manifiesto signos de alerta, permitiendo así una vigilancia temprana.
«Cómo» mejorar las prácticas en detección temprana de PC nos sitúa ante una brecha de 17años entre la publicación de las guías de práctica clínica y los cambios efectivos en la práctica de los profesionales4. Por ello, es necesario un esfuerzo colectivo que, bajo el conocimiento actual y las experiencias internacionales5, impulse y consolide en nuestro país la implementación de programas de detección temprana. Esto pasa por el análisis y abordaje de barreras como la falta de familiarización con la Prechtl GMA y la HINE —caminando hacia la integración de ambas en el estándar de cribado pediátrico universal, en analogía con lo que sucede con el cribado auditivo—, las vías de derivación incoherentes o poco claras, o las largas listas de espera en un contexto de manifiesta desigualdad entre regiones.
«Ahora» es el momento de actuar. Implementando de manera coordinada y efectiva —sin dejar a nadie atrás— las recomendaciones internacionales podremos promover la optimización de la neuroplasticidad en una ventana crítica para el desarrollo, intervenir tempranamente sobre el funcionamiento del niño y las condiciones concurrentes —dolor, displasia de cadera, epilepsia, discapacidad visual o auditiva— y adoptar estrategias que mejoren el bienestar sociofamiliar. Diecisiete años son demasiados. Ahora podemos cerrar la brecha.