La adolescencia es un tiempo de cambio, desequilibrio y reconstrucción necesario. Pérdida de un cuerpo infantil e irrupción de un cuerpo sexualmente maduro que todavía no puede ser representado psíquicamente como propio. Consolidación de la identidad sexual. Momento de desajuste entre el desprendimiento de las defensas psíquicas sostenidas en la protección y seguridad familiar hasta la construcción de nuevos ideales. Período de incertidumbre abierto al peligro y al riesgo de experimentar sentimientos de vacío interior más o menos intensos que llevan al adolescente a construirse nuevas realidades y nuevas necesidades, en ocasiones, al precio del delirio y la alucinación.
Protesta, rabia e indiferencia frente al mundo de los adultos que enmascaran reclamos afectivos y una manera de retener la protección frente a sentimientos de soledad y, a veces, de abandono.
El enamoramiento de la adolescencia se fundamenta en la compensación por la pérdida de amores infantiles hacia las figuras parentales. Este amor apasionado garantiza en la adolescencia una razón por la cual la vida merece la pena ser vivida.
La función paterna hace referencia al mito freudiano de la constitución del padre. De este mito necesario ancestral se erigen los pilares de una ley que rige el orden social en las sociedades civilizadas, ley transmitida por un padre simbólico, encarnado en la figura paterna.
La encrucijada adolescente implica la “muerte simbólica” de las figuras parentales infantiles para abrir el camino en la continuidad generacional. En graves casos de psicosis este trance simbólico pasa a ser real.